domingo, 24 de junio de 2012

La Calle de la Quemada.




Hoy antes de dejaros mi nuevo “descubrimiento” sobre la pasada historia de nuestro pueblo, tengo que daros las gracias a todos los que anónimamente pasáis por este espacio, sin dejar constancia de ello, esas muestras de apoyo aunque anónimas y silenciosas, me hacen cada día continuar en esta “empresa” que me propuse.
Como no, un cariño especial a mis amigos de más allá del atlántico, y a los que aquí cerca promocionan mi página en sus tertulias y reuniones y también a los amigos, que teniendo en sus blogs más de 4.000 seguidores, se toman un tiempo para dedicarlo al mío. Muchas gracias a todos.

Bueno y ahora, os traigo una leyenda Mexicana , que si bien a lo mejor no tiene nada que ver con nuestro pueblo la protagonista y su padre, al menos eran  españoles y oriundos de “la Villa de Illescas”.

Calle de la Quemada, la iglesia de Jesús María al fondo.
La leyenda está cargada de amores, duelos, espadachines y sacrificios cruentos, como nuestras “Leyendas de Becquer”, el acero en callejones oscuros, la sangre en el empedrado, el sacrifico de la dama virgen, etc…

Al igual que en la “Vieja España”, en la Nueva España, o lo que es lo mismo en los países de Latino America, los nombres que tomaron sus ciudades, pueblos, calles, puentes y callejones, se debió principalmente a sucesos ocurridos en las mismas, a los templos o conventos que en ellas se establecieron o por haber vivido y tenido sus casas personajes, caballeros ilustres, capitanes famosos por sus hazañas o gente de alta alcurnia en general.
La calle de “La Quemada”, que hoy lleva el nombre de 5ª. Calle de Jesús María, según nos cuenta esta trágica leyenda, tomó precisamente ese nombre debido a los sucesos  acontecidos en dicha calle a mediados del Siglo XVI

“Cuéntase que en esos días regía los destinos de la Nueva España don Luis de Velasco I., (después fue virrey su hijo del mismo nombre, 40 años más tarde), dicho caballero reemplazó al virrey don Antonio de Mendoza enviado al Perú con el mismo cargo. Por esa misma fecha vivían en una amplia y bien fabricada casona don Gonzalo Espinosa de Guevara con su hija Beatriz, ambos españoles llegados de “la Villa de Illescas”, trayendo gran fortuna que el caballero hispano acrecentó en la Nueva España con negocios, minas y concesiones. Dicen las viejas crónicas desleídas por los siglos, que si grande era la riqueza de don Gonzalo, mucho mayor era la hermosura de su hija.
Beatriz contaba con veinte años de edad, cuerpo de graciosas proporciones, ojos verdes, rostro hermoso y de una blancura de azucena, enmarcado en abundante y sedosa cabellera negra que le caía por los hombros y formaba una cascada de rizos hasta la espalda. (Mismamente como todas las Illescanas, en eso no hemos cambiado jejejeje).


Decían en ese entonces, que su grandiosa hermosura, corría pareja con su alma, toda bondad y dulzura, pues gustaba de amparar a los enfermos, curar a los apestados y socorrer a los humildes por los cuales llegó a despojarse de sus valiosas joyas en plena calle, para dejarlas en esas manos temblorosas y anémicas.
Con todas esas cualidades, de belleza, alma generosa y noble cuna a lo cual se sumaba la inmensa fortuna de su padre, lógico es pensar que no le faltaron galanes y pretendientes que comenzaron a requerirla en amores para posteriormente solicitarla como esposa. Muchos caballeros y nobles galanes desfilaron ante la casa de Doña Beatriz, sin que esta aceptara a ninguno de ellos, por más que todos eran buenos partidos para efectuar un ventajoso matrimonio.
Pero el destino quiso, que llegara aquel caballero, que le tenía predestinado como compañero y esposo, en la persona de don Martín de Scópoli, Marqués de Piamonte y Franteschelo, apuesto caballero italiano que se prendó de inmediato de la Beatriz y comenzó a pretenderla no con tiento y discreción, sino con abierta locura. (Los italianos son así, no han cambiado mucho en verdad).

Cuentan que fue tal el enamoramiento del Marqués, que plantado en mitad de la calle donde estaba la casa de la joven, o cerca del convento de Jesús María, se oponía al paso de cualquier caballero que tratara de transitar cerca de la casa de su amada. Por este motivo no faltaron altivos caballeros que contestaron con hombría ( es decir machitos, que cruz, de esos tampoco faltan ahora) a la impertinencia del italiano, sacando los aceros. Muchas veces bajo la luz de la luna y frente al balcón de doña Beatriz, se cruzaron las espadas del Marqués de Piamonte y los demás enamorados, siempre resultando vencedor el italiano. (Desde luego que poco tacto con la amada, sin dejarla dormir toda la noche dale que te pego con las espaditas, en fin).

Cuando al amanecer, pasaba la ronda por esa calle, siempre hallaba a un caballero muerto, herido o agonizante a causa de las heridas que produjera la hoja toledana del señor de Piamonte. Así, uno tras otro iban cayendo los posibles esposos de la hermosa dama de la Villa de Illescas.
Doña Beatriz por su parte, amaba intensamente a don Martín, por su apostura y galantería, por las frases ardientes de amor que le había dirigido y las notas respetuosas que le hizo llegar por manos y conducto de su ama, supo lo de tanta sangre corrida por su culpa y se llenó de pena y de dolor por los hombre fallecidos y por la celosa conducta del caballero de Piamonte.

Una noche, después de rezar ante la imagen de Santa Lucía, (virgen mártir que se sacó los ojos para ofrecerlos a su enamorado) tomó una terrible decisión destinada a lograr que don Martín de Scúpoli Marqués de Piamonte y Franteschelo dejara de amarla para siempre.

Al día siguiente, después de arreglar ciertos asuntos que no quiso dejar pendientes, como su ayuda a los pobres y medicinas y alimentos que debían entregarse periódicamente a los pobres y a los conventos, despidió a toda la servidumbre, después de ver que su padre salía con rumbo a la Casa del Factor. (Casa del Juez). Llevó hasta su alcoba un brasero, colocó carbón y le puso fuego. Los brasas pronto reverberaron en la estancia, el calor en el anafre se hizo intenso y entonces, sin dejar de invocar a Santa Lucía y pronunciando entre lloros el nombre de don Martín, se puso de rodillas y clavó con decisión, su hermoso rostro sobre el brasero. (La muchacha bruta donde las allá, en fin, eran otros tiempos).
Crepitaron las brasas, un olor a carne quemada se esparció por la alcoba antes olorosa a jazmín y almendras y después de unos segundos, doña Beatriz pegó un grito espantoso y cayó desmayada junto al brasero.
Quiso Dios, la suerte o el destino, que acertara a pasar por allí el fraile  mercedario Fray Marcos de Jesús y Gracia, quien por ser el confesor de la joven, entró corriendo a la casona después de escuchar el grito tan agudo y doloroso.
Encontró a doña Beatriz aún en el suelo, la levantó con gran cuidado y enseguida le colocó hierbas y vinagre sobre el rostro quemado, al mismo tiempo que le preguntaba qué le había ocurrido.
Y la joven que nunca mentía y menos a su confesor, le explicó los motivos que tuvo para llevar a cabo tan horrendo castigo, Terminando por decirle al monje que esperaba que ya con el rostro horrible, don Martín, no la vigilara, que dejaría de amarla y los duelos en la calleja se terminarían para siempre.

El religioso fue en busca de don Martín y le explicó lo sucedido, esperando también que la reacción del italiano fuera en el sentido en que doña Beatriz había pensado, por no fue así. El caballero se fue a toda prisa a la casa de su amada, a quien halló sentada en un sillón sobre un cojín de terciopelo carmesí, su rostro cubierto con un velo negro que ya estaba manchado de sangre y carne quemada.
Con sumo cuidado le descubrió el rostro a su amada y al hacerlo retrocedió horrorizado, se quedó atónito, apenado, mirando la cara hermosa y blanca de doña Beatriz horriblemente quemada. Bajo sus antes arqueadas y pobladas cejas, había dos agujeros con los párpados chamuscados, sus mejillas sonrosadas, eran cráteres abiertos por donde escurría sangre y los labios antes bellos, carnosos, dignos de un beso apasionado, eran una rendija que formaba una mueca horrible. (También me podía haber ahorrado este párrafo tan explicito,  pero forma parte de la leyenda).

Con este sacrificio, doña Beatriz pensó que don Martín iba a rechazarla, a despreciarla como esposa, pero no fue así. El marqués de Piamonte se arrodilló ante ella y le dijo con frases llenas de ternura, que la amaba, no por la belleza física, sino por todas las cualidades que adornaban a la joven, sus cualidades morales, la bondad, generosidad, nobleza… El llanto cortó sus palabras y ambos lloraron de amor y ternura.
Así en cuanto llegó el padre de la joven, el italiano le pidió la mano de su amada       (que después del disgusto que se llevaría el pobre hombre, con lo de la quemadura, alguna alegría tenía que tener).
La boda de doña Beatriz y el Marqués de Piamonte se celebró en el templo de “La profesa”, y fue el acontecimiento más sensacional de aquellos tiempos. Don Gonzalo de Espinosa y Guevara gastó gran fortuna en los festejos y por su parte el Marqués de Piamonte regaló a la novia vestidos, alhajas y mobiliario llevados desde Italia.
Templo de La Profesa.
Claro está que doña Beatriz al llegar ante el altar se cubría el rostro con un tupido velo blanco, para evitar la insana curiosidad de la gente (el cotillismo es la enfermedad más antigua que se conoce) y cada vez que salía a la calle, sola al cercano templo a escuchar misa o acompañada del esposo, lo hacía con el rostro cubierto por un velo negro.
A partir de entonces, la calle se llamó “Calle de la Quemada”, en memoria de este acontecimiento que ya en forma de cuento, o de leyenda, han repetido varios autores, siendo estos datos los auténticos, pues obran en polvorosos documentos. (Y yo los he sacado de Internet, donde varios blogs, los constatan).

Espero que esta no sea la única leyenda, que pueda traer a estas páginas pues estoy segura de que hay cantidad de ellas, que duermen olvidadas, en recónditos rincones, en oscuras bibliotecas y mohosos desvanes, poco a poco, haremos que vean la luz.


miércoles, 6 de junio de 2012

Illescas más allá del Atlántico II




Hace tiempo que no hacía una nueva entrada en este blog, dedicado a la pasada historia de mi pueblo,  un poco de apatía y un mucho de trabajo acumulado en otras cuestiones me lo han impedido, pero no obstante, sigo investigando, buscando y descubriendo cada día cosas sobre Illescas.
En una entrada anterior,  hablé de Illescas distrito de La Florida, en Uruguay, y de cómo los niños de su humilde escuelita se aplicaban en todas las materias, aún sin tener las mismas instalaciones y recursos que nuestros hijos, con recortes incluidos. Y es que no hay nada mejor que mirar, al que apenas tiene, para comprender lo mucho que a nosotros nos sobra.
Pero no me quiero liar con filosofías moralistas, allá cada cual con su conciencia, hoy, traigo otro Illescas,  el de S. Luis de Potosí, en México, gracias entre otros a la colaboración desinteresada de mi amiga Paty Muños, que me ha mandado numerosas fotografías, y me ha hablado de este rincón, del mundo que lleva el nombre de nuestro querido pueblo.

La localidad de Illescas está situada en el Municipio de Santo Domingo (en el Estado de San Luís de Potosí). Tiene 1658 habitantes, y está a 1940 metros de altitud. El territorio donde ahora se encuentra  asentado, fue habitado en la antigüedad por “Cuachichiles” o “ Guachichiles”,.en el siglo XIII D.C. 

Las Crónicas y antiguas referencias no registran ninguna entrada de misioneros religiosos en el siglo XVI. Siendo a mediados del siglo XVII cuando aquí se trazaron los linderos de dos enormes haciendas; “Sierra Hermosa” e “Illescas”, que es donde en la actualidad está ubicada la jurisdicción de Santo Domingo. Su fundador fue D. Ignacio Colunga Dávila,  (excombatiente del ejército “trigarante “o de las tres garitas, 1820-1821, durante la independencia de México) erigió el municipio en 1857.
La historia nos cuenta, que los aborígenes que poblaron estas tierras, llegaron al altiplano potosino en el siglo XIII DC. Se dice que con motivo de la destrucción de “Tula” la gran metrópoli “Olteca” ubicada en el norte de la actual ciudad de México, cuyos habitantes se dispersaron por diferentes rumbos. 


Los “Guachichiles”, descendientes de ellos fueron los pobladores salvajes y nómadas de esta región. Sus costumbres las descubrió en 1571 Gonzalo de las Casas, autor del texto “Guerra de los Chichimecas”.
En el año 1550 los “Guachichiles” apoyaron sus asaltos a los traficantes de Zacatecas, por los caminos de San Felipe o Las Bocas, y aún asaltando poblaciones  y misiones recién fundadas como Maconí,( Término de Cadereyta de Montes en el Estado de Querétaro Arteaga) o San Juan Tetla, (Distrito de San Lorenzo Chiautzingo ) donde robaban, mataban e incendiaban dejando desolación a su paso.
(Mismamente como cualquier tribu, o cualquier país de antes o de ahora, en eso se ha cambiado poco… sigo que me “disperso”).

La zona donde ahora está Santo Domingo como dije antes no mereció en el siglo XVI que llegaran los misioneros de ninguna orden religiosa como lo habían hecho en otros lugares del territorio potosino. Las crónicas y antiguas referencias de aquella época no registran ninguna entrada religiosa en esta región, no hubieron frailes ni visitas ni doctrinas.
Circunstancias de todo orden debieron de haber motivo de esto, pero el hecho cierto es que ni siquiera se habla de esta época, de algún intento de cristianización, así que ello motivó que el amplio territorio , el de mayor extensión del Estado Potosino, haya sido en todo el siglo XVI tan solo un olvidado horizonte salvaje.

La entrada española llegó aquí por el Sur, por la zona donde ahora son los distritos de Salinas y Villa de Ramos. Quienes entraron por ahí fueron conquistadores y mineros procedentes en su mayoría de las minas de Zacatecas.
Terminada la “Guerra del Gran Tunal “(1550-1590) un alud de soldados conquistadores ávidos de riquezas y aventureros de toda calaña invadieron la “ Guachichila”, la mayoría iban de paso, algunos se avecinaron en esta zona. Así fue como comenzó el asentamiento del rancho que fue en sus orígenes la hoy ciudad de  “Santo Domingo”.

La codicia de los esclavistas no llegó hasta el norte del municipio de Santo Domingo, allá era tierra inhóspita, sin lagunas saladas para el ganado, ni minas; sólo el interminable horizonte salvaje, donde dominaban aún los indios “ Bozales” tribu Chichimeca indómita, cuyo centro era la ranchería “ El Bozal” que todavía existe situada en el ángulo que forman los límites del municipio Catorce y el estado de Zacatecas.
Durante la guerra de la Independencia realmente poco sufrió  Santo Domingo porque la poderosa hacienda de Sierra Hermosa mantenía, con sus peones y rancheros un numeroso y fuerte resguardo de caballería bien armada.
Este territorio de Santo Domingo, era punto de convergencia de las jurisdicciones de las siguientes poblaciones;

_Charcas, Fundada en 1572, es una de las Ciudades más Antiguas del Estado. Ciudad Minera por excelencia.
_ Villa de Ramos, se atribuye a Fr. Jerónimo de Pangua el haber intervenido en la fundación del pueblo en  1608.
_Catorce,  Real de Catorce  era una población minera y actualmente es turística.
_ Ojo Caliente, fue fundado en 1620, por don José Teodoro de Bastidas, dándose el nombre de “Villa de Sacramento o Real de Minas de Ojocaliente de Bastidas”.
_ Salinas, o “Salinas de Hidalgo”, municipio cuna de varios personajes ilustres de la historia de México.

Pese a la riqueza de estas haciendas, cuando sobrevino la Revolución, se sufrió la ruina, la despoblación y la miseria en todos los poblados, pronto aparecieron varios grupos de “revolucionarios”. Acaso el principal de ellos, a principios de marzo de 1914 fue el del entonces coronel Mariano Flores, que comandaba 200 hombres. Después la decadencia y la ruina se apoderaron de lo poco que quedaba de este municipio, fue en la época del funesto cacicazgo “Cedillista”.( Saturnino Cedillo, ex- secretario de agricultura).
En esta zona, se localizan pequeñas franjas montañosas, cuyas alturas varían de los 2.200 a los 2450 metros sobre el nivel del mar, tales como la Sierra El Bozal, o la del Sabino, no existiendo otras de mayor importancia, que ya que la mayor parte de la región es planicie.

También se encuentran en ésta comarca un gran número de lagunas, las que contienen gran cantidad de sales, como la “Laguna El Perdido”, “Santa Clara” y “El Quemado, que en la mayor parte del año se encuentran secas. Los arroyos son intermitentes, no existe ninguna corriente superficial que pueda ser aprovechable, el único recurso es la explotación de mantos acuíferos subterráneos.
De acuerdo al XII Censo General de Población y vivienda del año 2000 efectuado por el INEGI (Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, la población de indígenas en el municipio asciende a 32 personas. Su lengua es el “Náhuatl” y en segundo lugar el “ Huasteco”.

Los habitantes de estas tierras se dedican en su mayoría a la agricultura, siendo sus principales cultivos el maíz, el frijol y el chile. La mayoría de estos productos son para autoconsumo. También tienen una amplia ganadería de cabezas de ganado bovino, porcino, ovino y caprino, que les proporcionan leche, carne etc…
Se lleva a cabo también una actividad forestal de productos maderables.
Con respecto a los monumentos históricos y lugares turísticos, el municipio cuenta con el casco de la “ex hacienda de Illescas”. Sus fiestas populares se festejan el 4 de agosto y se lleva a cabo la festividad en honor al santo patrón Santo Domingo. También se tienen como tradición las carreras de caballos y jaripeos (diversión que consiste en montar a pelo varias reses o monturas como un rodeo) durante la fiesta patronal.

Respecto a la gastronomía su platillo tradicional es el conejo “Ixtlero”, los dulces “Charamuscas” regados con Mezcal, pulque y agua miel.
Desde  este humilde espacio, un saludo para todos los “paisanos” del rancho de Illescas, en México.